Las fiestas – o mecetas – del barrio de la Rotxapea tuvieron hasta mediados del pasado siglo XX una similitud con las celebradas en los pueblos de la cuenca pamplonesa, siendo así que las celebraciones de nuestro barrio abarcaban el mismo abanico festivo, léase comidas (cordero, rellenos, piperropiles, etc.), bebidas (vino rancio, txakolí, moscatel…), música (gaitas, txistus….) y, lo más importante, mayordomas y mayordomos. Este elemento festivo – mayordoma-, recuperado desde el año 1999, merece un reconocimiento y una exposición en la forma, en este caso, de gigante festivo.

 

Las mayordomas rotxapeanas (se conocen documentalmente desde principios del pasado siglo) eran muchachas hortelanas, lavanderas o habitantes de las fincas del barrio, y en este contexto se ha creído conveniente la recuperación de una puerta emblemática de nuestra Rotxapea, la de “Chancharrana”.

 

Ciertamente la llamada Calleja de Chancharrana no ha sido a lo largo de la historia de las más conocidas del barrio, si bien conocemos algunos datos de ella. El doctor Arazuri lo menciona a través de un documento de fecha 16 de Junio de 1870, del Archivo municipal de Obras y dice así: “el único dato que poseemos, por ahora, de esta calleja es una carta que escribieron en 1870, el Alcalde (se refiere al alcalde Pedáneo) y vecinos de la Rotxapea al Ayuntamiento, solicitando la instalación de una fuente en las inmediaciones del matadero (situado junto al puente de la Rotxapea, y ubicado entre el Arga y la plaza de Errotazar), que se podía alimentar con las aguas de un manantial existente junto a la fuente de San Jorge, la cual se podía conducir por tuberías a la profundidad necesaria por el camino vecinas, (hoy calle de Don Joaquin Beunza) hasta la senda que hay para cruzar a la calleja de Chancharrana”. Siendo cierto que esta calleja y huerta no eran muy conocidas por los ciudadanos, no es menos cierto que existían más datos sobre ella, como el que mencionamos a continuación.

 

La ciudad empleaba a una persona que se le denominaba como “veedor del campo de la ciudad”, cuya función era, principalmente, la de revisar las huertas y campos de los alrededores de la ciudad e informar y denunciar las anomalías e incidencias que viese. Y en este contexto el veedor del año 1780, Matías Oderiz, declaraba bajo juramente sobre los daños que unos toros habían producido en el barrio cuando se llevaban al matadero de la plaza de Arriasco, “y ha hallado: que en la huerta llamada Chancharrana, sita junto al Rastro de la Rotxapea (matadero) cuyo hortelano el Domingo Lizasoain, en la cual parece que entró un toro que por ciego se llevaba a picar a dicho Rastro y también un manso que le acompañaba, causaron estos ganados en el pisoteo en hortalizas, cebollas, legumbres y demás plantas, dieciséis reales de daños”. En los últimos años de esta huerta, su propietario era Villanueva.

 

La creación de un gigante con el nombre Txantxarrana acoge sobre sí la figura femenina de la mayordoma festiva y el topónimo desaparecido de la huerta y calleja Chancharrana. Una buena recuperación.